miércoles, 8 de junio de 2016

Eva Perón llegaba a España hace 69 años.

Eva Perón recibida por casi un millón de personas, en Madrid

El 8 de junio de 1947, la señora Eva Perón llegaba a Madrid y era recibida po casi un millón de personas.
María Eva Duarte de Perón, en representación de la Argentina y de la Fundación que llevaba su nombre, llegaba a España, el 8 de junio de 1947, siendo recibida por el presidente Franco, su esposa e hija.
En dicha visita recibió la máxima condecoración española (La Gran Cruz de Isabel la católica) y también recorrió varios pueblos donde pidió reunirse con trabajadores por los que fue homenajeada permanentemente.
Evita, con su carisma, temperamento y vocación de servicio, no parando ni un día con tal de estar cerca de los trabajadores, impresiono de manera notable al generalísimo. Sin embrago no pasó eso de parte de la primera dama argentina, ya que algunas actitudes del mandatario español, hacia los mas humildes, no le gustaron demasiado por lo que se llevó una imagen un tanto decepcionante.
Se produjo en España una de las manifestaciones populares más extraordinarias de que tenga memoria Madrid. Todo para recibir a la mujer que se puso a la cabeza de la ayuda humanitaria para esa Nación.
España estaba bloqueada, por os aliados, luego del descenlace de la segunda guerra mundial. Por este motivo la "madre patria" era comenzada a ser castigada por una hambruna importante.
La señora de Perón llegó junto con cargamentos de comida, trigo y ropa.
Dieciocho días mas tarde se despidió de tierras hispanas pronunciando este sentido discurso:
"Españoles:
Habéis arrebatado mi espíritu con un homenaje como no lo tributó jamás España a lo largo de toda su historia. Lo mismo en los pequeños pueblos que en las urbes populosas, se han derramado a mi paso océanos de simpatía.
Este homenaje de colosales proporciones, sería exagerado e inexplicable si hubiera sido tributado a una mujer. Pero no; no ha sido rendido tan sólo a una persona, ni siquiera a un país. Esta apoteosis entraña un sentido más recóndito y abismal. Vuestro aplauso saluda al mundo nuevo , promisor de justicia y de paz, que nace de los escombros del antiguo, carcomido por los atropellos sociales.
Quienes en Europa y en América no alcanzan a comprender la profunda revolución de esta hora, atribuirán a un fenómeno de psicología multitudinaria o a una sugestión colectiva el homenaje delirante del pueblo español, señorial como ninguno, a una sencilla mujer argentina, nacida en el seno de las clases trabajadoras, y alzada por ellas a la suprema cima espiritual de la República.
Pero no se trata de una sugestión colectiva, ni se trata tampoco de exageraciones y fanatismos. No me adornan atributos personales que no halléis a cada paso en vuestras mujeres, dignas hijas de aquellos que sostuvieron en su coraje el corazón del buen Cid Campeador y de Fernando el Católico.
Recojo vuestro aplauso porque revela a las claras el hambre de justicia social arraigado en el pueblo hispánico y el ansia incontenida de sostener el nuevo mundo de pan y de paz, por cuyo afianzamiento luchamos los españoles y los argentinos.
No habéis vitoreado algo intranscendente, sino un amanecer de esperanzas y de luminosidades que se alza rutilante como un sol en el horizonte de la hispanidad.
Recojo vuestro clamoreo apoteósico porque en mi no se ha glorificado a una mujer, sino a la mujer popular, hasta ahora siempre sojuzgada, siempre excluida y siempre censurada. Os habéis exaltado a vosotras mismas, trabajadoras españolas, quienes reclamáis con todo derecho que no vuelva jamás a implantarse la vieja Sociedad en la que unos seres, por el mérito de haber nacido en la opulencia, gozaban de todas las inmunidades; y otros seres, por el pecado de haber nacido en la pobreza, habían de padecer todas las obligaciones. El oscuro linaje y la pobreza, no opondrán ya jamás barreras a nadie para que pueda lograr el desarrollo de sus aspiraciones y el triunfo de sus ideales.

Recojo vuestras manifestaciones exultantes porque ellas han evidenciado que terminó el tiempo en que la Prensa dirigida, tergiversaba la conciencia de los pueblos, sumiéndolos en la confusión y conculcando su soberanía. Las muchedumbres con sagaz intuición, han comprendido la verdad de nuestro Movimiento obrerista y han hallado la auténtica libertad en los gobiernos de orden surgidos de los comicios, o del triunfo contra los entregadores de la Patria.

Recojo vuestros aplausos, obreros y obreras españoles, porque son la expresión de vuestro repudio hacia aquellos agitadores que soliviantan los pueblos con promesas utópicas para abandonarles luego una vez que han asegurado sus fortunas.

He recibido vuestra adhesión, que recojo emocionada, porque al llegar a la primera magistratura de mi país, el general Perón, no padecimos el mareo de las alturas, antes supimos conservar bajo las insignias presidenciales nuestro corazón de obreros.

El día que triunfó el general Perón en los comicios más limpios de la Historia argentina, como lo pregonaron nuestros mismos adversarios políticos, ese día visitamos a nuestros obreros y celebramos juntos nuestro triunfo. Por eso recojo vuestro aplauso porque no hemos apostatado del pueblo, de los trabajadores, de los "descamisados".

¡Nobles de España! También he recibido vuestro homenaje, no menos cálido que el homenaje popular, precisamente porque sois nobles, porque sois lo que sabéis ser, modelos en vuestra adustez de las clases populares.

Amanece una era nueva en la que los bienes de la tierra pertenecen a los hombres y a las mujeres madrugadoras, cuyas manos han encallecido en las fábricas. Amanece la era nueva, en la que le trabajador vestirá y decansará, trabajará y orará al cielo como persona humana y no como individuo sin razón trascendente de existir.
En la hora de la despedida debo deciros que mi viaje a España deja huellas no sólo en mi alma, que necesitaría ser de roca para no hallarse enternecida, sino también en el alma misma de la historia argentina.
Daré a los trabajadores argentinos la interpretación auténtica de la madre España. Les diré todo lo hermosa y noble que es; todo lo piadosa y humana; todo lo dulce y justa que ante mis ojos atónitos ha aparecido.

Perdonadme, españoles, que haya precisado venir a perderme entre vosotros y confundir con el vuestro mi corazón para llegar a gustar la última delicia de vuestra Patria inmortal. He apurado golosamente esa delicia; y me marcho inundada de un gozo tan intenso que quiero cortar de vuestro jardín espiritual la fragante rosa de un pensamiento insigne de uno de vuestros españoles: "Amo tanto a España que me duele en el cogollo de mi corazón".

Y para terminar, españoles, quiero deciros algo más: He comprendido toda la grandeza del hombre que preside vuestra Patria. A él se debe ese resurgimiento de las viejas virtudes españolas, que señalaba en un discurso mi esposo, el general Perón. A él se debe la exaltación de un puñado de virtudes sencillas y elementales con las que la gente de la hispana estirpe marcha segura hacia un futuro de paz y esplendor.

Sois el pueblo que sabe morir por defender una idea y por mantener una afirmación. Pido a Dios que no os sea preciso morir por vuestra afirmación y por vuestra verdad.

Parto con el corazón henchido de gozo y también de orgullo y de ternura por tener una madre tan hermosa y tan noble, tan señora de sí misma, tan maternal y humana, y por sobre todo, tan profundamente católica.

Parto con la alegría que me sale a los ojos, de contemplar una España tan española y dueña de su más personal estilo.

Tendría que pediros el corazón, el corazón que os entregué al llegar. Pero siento que puedo irme con el vuestro en mi pecho, dejándoos para siempre el mío.

¡Adiós España mía! ¡Viva la España inmortal!

España, 26 de junio de 1947"

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